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La vida cristiana no siempre se vive en las alturas del gozo espiritual. Con frecuencia, el caminar en la fe se siente más como un paso lento y cansado, un clamor repetido que surge del alma: “Estoy cansado, Dios”. El Salmo 123 nos abre la puerta a esa confesión que no todos se atreven a expresar, pero que muchos experimentan en lo profundo de su ser. Este salmo, breve pero cargado de honestidad, nos recuerda que el cansancio espiritual, emocional y físico no es ajeno al pueblo de Dios. A través de sus palabras, el salmista reconoce tanto su agotamiento como su necesidad urgente de la misericordia divina. El clamor de un corazón cansado El salmista dice: “Hemos tenido bastante del desprecio de los arrogantes, de las burlas de los soberbios” (Paráfrasis Salmo 123:3-4). ¿Quién no ha sentido ese peso? El desprecio de otros, la lucha constante contra el pecado, la soledad, los fracasos repetidos, las relaciones quebrantadas y la frustración de avanzar un paso hacia adelante para después retroceder dos. El cansancio de vivir en un mundo quebrado se convierte en un compañero constante. La confesión del salmo es clara: “nuestra alma está harta”. Y aquí encontramos algo profundamente esperanzador: la Biblia no esconde el cansancio humano, sino que lo eleva en oración. El pueblo de Dios no necesita pretender fortaleza donde solo hay debilidad. El difícil llamado a esperar Quizá la palabra más dura de este salmo se encuentra en el versículo 2: “Así nuestros ojos miran al Señor nuestro Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros.” -Salmo 123:2 RVR60 Ese “hasta” encierra todo el peso de la espera. La misericordia de Dios es segura, pero no siempre inmediata. Se cree, pero todavía no se palpa. Se espera, aunque el corazón sigue dolido. En el cansancio, lo más difícil no es clamar, sino esperar. Esperar cuando parece que el silencio de Dios es más largo de lo que podemos resistir. Esperar cuando lo único que sentimos es la carga de nuestro propio agotamiento. Sin embargo, este esperar no es pasivo ni vacío: es la mirada fija en el Señor. Así como un siervo depende de la mano de su amo, el creyente depende totalmente de la misericordia divina. Cristo: la misericordia encarnada La esperanza de este salmo encuentra su cumplimiento en Cristo. El salmista clamaba por misericordia, y en Jesús esa misericordia llegó con piel, con sangre y con vida entregada en la cruz. En Él, la misericordia no es solo una promesa futura, sino una realidad presente. Jesús mismo dijo: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” -Mateo 11:28 RVR60 El cansancio humano encuentra su alivio en Aquel que se cansó por nosotros, que llevó el peso de nuestro pecado y que venció al enemigo en la cruz. Esperamos hasta que Dios tenga misericordia de nosotros, pero al mismo tiempo ya hemos recibido esa misericordia en Cristo, quien nos sostiene mientras caminamos por el valle de lágrimas. Un llamado a levantar la mirada El Salmo 123 comienza con estas palabras: “A ti levanto mis ojos, a ti, que habitas en el cielo” -Salmo 123:1 RVR60 El cansancio tiende a inclinarnos hacia abajo, a mirar solo el peso de nuestras circunstancias. Pero la fe, incluso en su expresión más débil, nos enseña a levantar la mirada hacia Dios.
Levantar los ojos no elimina de inmediato el dolor, pero sí nos recuerda que nuestra esperanza no está en nosotros mismos, sino en Aquel que está sentado en el trono en el cielo y que gobierna con justicia y amor. El mensaje del Salmo 123 es profundamente realista: el pueblo de Dios se cansa. Nos cansamos del pecado, de la burla, de la injusticia, de nosotros mismos. Pero en medio de ese cansancio, hay un clamor de fe: “Señor, ten misericordia de nosotros”. Esa misericordia nos ha sido dada en Cristo, quien es “la misericordia con carne”. Mientras esperamos el día en que todo cansancio será quitado, podemos descansar en sus promesas, confiando en que su gracia es suficiente hoy y lo será mañana. Así, el cansado puede seguir caminando, no porque tenga fuerzas en sí mismo, sino porque el Dios que escucha, el Dios que sostiene, el Dios que salva, ha prometido tener misericordia.
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