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“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” -Salmo 42:1-2, RVR1960 Si alguna vez has sentido que Dios está lejos y tu fe se enfría, que pareciera que tus oraciones no llegan al cielo, o que tu corazón se hunde en la tristeza sin explicación, entonces entiendes el lenguaje de Salmo 42. Es un canto profundamente humano. No está escrito por alguien que se siente en su mejor momento, sino por un creyente que lucha con la desesperanza, la duda y la angustia que en medio de su profundo sufrimiento, se aferra a un hilo de esperanza que se niega a romperse. Un alma sedienta El Salmo comienza con una imagen poderosa: un ciervo sediento buscando agua. La sed no es un capricho, es cuestión de vida o muerte. Así está el salmista: sediento de Dios. No quiere respuestas intelectuales, ni soluciones rápidas. Quiere al Dios vivo. “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” -Salmo 42:2, RVR1960
El lamento constante Este es el clamor de alguien que siente que Dios está distante. Su entorno lo ridiculiza. Su fe está bajo ataque. No finge alegría ni espiritualidad superficial. La tristeza lo consume al punto de perder su deseo de alimento y su energía para vivir. Dios permitió que este sentimiento quedara plasmado en su palabra y nos lleva a entender que Él no quiere que finjamos estar bien, sino que quiere llevarnos a reconocer que solo Él puede consolarnos. “Mis lágrimas han sido mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?” -Salmo 42:3, RVR1960 Muchos creen que tener fe significa nunca dudar o nunca estar triste, sin embargo Dios mismo inspiró canciones de lamento en los Salmos. Él no teme tus preguntas ni tus lágrimas, la fe verdadera sigue existiendo aún entre el dolor y el llanto. Recordando tiempos mejores Podemos ver el lamento de alguien que ahora está lejos, donde antes había gozo hoy solo queda el recuerdo de lo que fue una dulce comunión. Sin embargo, el salmista no deja de recordar esos momentos de alegría y alabanza. La fe no significa negar nuestras emociones, sino la firme esperanza en que Dios sigue sosteniendo nuestras vidas aún a través del valle de las sombras. “Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.” -Salmo 42:4, RVR1960 La esperanza en medio del dolor El salmista no ignora su tristeza. No se da charlas motivacionales. Predica a su alma la verdad sobre Dios. Aunque no siente gozo, declara: “Aún he de alabarle.” Porque la fe no es cuestión de emociones, sino de verdad. Nuestra seguridad recae en las promesas de Dios y no en la percepción que tengamos de ellas. “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.” -Salmo 42:5, RVR1960
Cuando la lucha parece no terminar La Biblia es realista: no siempre sentimos la presencia de Dios, aunque sepamos que Él está. El salmista sigue luchando. No basta con decir una vez “espera en Dios.” La tristeza regresa, las dudas vuelven. La vida cristiana no es un camino recto hacia arriba. Es una batalla constante entre lo que sentimos y lo que sabemos. “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios…” -Salmo 42:11, RVR1960 Jesús, nuestro más grande consuelo Salmo 42 encuentra su culminación en Cristo. Él también clamó en soledad: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46, RVR1960) Jesús vivió la distancia que el salmista sintió. Él bebió la copa de la ira de Dios para que nosotros pudiéramos tener acceso a las corrientes de agua viva. En Cristo, nuestro clamor encuentra respuesta. Él es el agua viva que sacia nuestra sed (Juan 7:37). “Diré a Dios: Roca mía, ¿Por qué te has olvidado de mi? (...)” -Salmo 42:9
Salmo 42 nos recuerda que la vida cristiana no es siempre fácil. Habrá días de sed, lágrimas y preguntas. Pero también nos enseña que Dios es digno de nuestra esperanza aun cuando el corazón tiembla. Podemos acercarnos a Él tal como somos, con lágrimas y dudas, sabiendo que un día nuestra sed será saciada por completo en Su presencia. Es el recordatorio de que aunque hoy no sientas a Dios, aún hay razón para esperar.
Cristo no vino por los fuertes, sino por los sedientos. Por los que reconocen que necesitan algo más grande que ellos mismos. Porque el Dios vivo sigue siendo fiel. Y un día, nuestra sed será saciada por completo en Su presencia.
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Octubre 2025
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