En Hechos 1:1 Lucas escribe: “En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar”. Es decir, el Evangelio de Lucas (“el primer tratado”) tiene que ver con lo que Jesús comenzó a hacer, y el libro de Hechos es sencillamente la continuación. Cristo discipuló a los doce, y en el libro de Hechos los vemos a ellos discipulando a otros. Más de dos mil años después, usted y yo seguimos llevando adelante lo que Jesús comenzó. Tenemos que continuar con esa misión: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2). Cada cristiano está participando en una carrera de relevos. Cada uno de nosotros toma el testigo y se lo entregamos en la mano a otros. Ninguno de nosotros está metido en un esfuerzo único. Alguien invirtió el evangelio en nosotros, y nosotros tenemos que invertirlo en otros.
Quizá usted sienta que no sabe mucho. Busque a alguien que sabe menos que usted y dígale lo que sabe. Busque a alguien que sabe más que usted y escúchele con atención. Enseñe y aprenda. Yo abro mi corazón a las personas que discípulo, y a la vez aprendo de otros. Todos tenemos que meternos en ese proceso. Nunca nos aislemos, sino que seamos parte de una cadena de muchos eslabones unidos. En 1 Corintios 4 hay unos versículos que nos dan una perspectiva indirecta y maravillosa del proceso del discipulado. Pablo estaba escribiendo una carta de reprensión a la iglesia corintia, una iglesia que él mismo había plantado por la gracia de Dios y el poder del Espíritu. Los estaba amonestando porque se habían apartado de los elementos básicos de la fe y se habían involucrado en actividades pecaminosas. Quería corregirlos. En los versículos 14-15 les dice: “no escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados. Porque aunque tengáis diez mil ayos [gr. paidagogos, tutores morales que daban consejo espiritual] en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio”. Les dijo eso debido a que los Corintios se estaban preguntando quién le había dado a él el derecho de reprenderlos. Pablo les explica por qué. Él era su padre espiritual; había dado a luz espiritualmente a aquella iglesia. Notemos que Pablo se refiere a los Corintios como “a hijos míos amados”. El discipulado hay que llevarlo a cabo con una actitud de amor. Usted tiene que poder decir: “Daré mi vida y tiempo por usted. Oraré por usted y le haré partícipe de mis conocimientos”. Si usted no se interesa por una persona y no está dispuesto a sacrificarse por ella, se está engañando a sí mismo si piensa que lo puede discipular. Pablo también advirtió a los Corintios. Discipular es correctivo. Es como criar un hijo. Usted tiene que advertir a sus hijos acerca de las cosas que no deben hacer. No se les puede dar a los hijos solo instrucción positiva; necesitan también la instrucción negativa. Pablo les dijo a los ancianos de Éfeso en Mileto: “Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hch. 20:31). Él conocía bien la importancia de la amonestación. En 1 Corintios 4:16 Pablo dice: “Por tanto, os ruego que me imitéis”. El creyente que usted está discipulando va a seguir su ejemplo. Eso quiere decir que tiene que seguir de cerca el camino de desarrollo espiritual que él o ella están siguiendo. Tiene que ser capaz de proveer de liderazgo. No olvide, no obstante, que nuestro Señor no está pidiendo perfección, sino dirección. Pablo dijo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Usted necesita decir al hermano o hermana que está discipulando: “Quiero que usted me siga a mí como yo sigo a Cristo”. Usted no dice eso con orgullo, sino con humildad, siendo muy consciente de sus propias debilidades. Y su ejemplo será de gran estímulo, porque sería muy difícil seguir a una persona perfecta. Pablo menciona otro elemento del discipulando en 1 Corintios 4:17: “Por esto mismo os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias”. Pablo envió a Timoteo para enseñar a los Corintios. En el proceso de discipular tiene que haber una comunicación de la verdad divina. Las personas funcionan sobre la verdad. Discipular es una función en la que todos en la iglesia deben estar involucrados. No es opcional. Tenemos que llevar a las personas al conocimiento del Salvador y luego pasar con ellos por el proceso de ayudarlos a madurar. Todos tenemos que discipular a aquellos que el Señor pone en nuestro camino. Usted probablemente va a desarrollar diferentes tipos de relaciones con las personas que discipula, pero discipular no es otra cosa que cultivar verdadera amistad con bases espirituales. No es ser amigo de alguien porque a los dos les gusta el fútbol, la misma música o tienen las mismas aficiones, o trabajan en el mismo lugar. La esencia de su amistad la forma su mutua apertura a los asuntos espirituales. Eso es lo que permite continuar con el discipulado. Cuando usted discipula a alguien, básicamente le está enseñando a vivir de forma cristiana. Le está enseñando respuestas bíblicas. Un creyente es espiritualmente maduro cuando sus respuestas involuntarias son espirituales y cristianas. Esa es la manera de saber si el Espíritu de Dios está en control de la vida de alguien. Al discipular a una persona se la lleva al punto en el que ya no tiene que pensar en cuál es la manera correcta de reaccionar porque puede reaccionar rectamente de forma espontánea. Extraído del libro, “El Plan del Señor Para La Iglesia” escrito por el Pastor John MacArthur y publicado por Editorial Portavoz.
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Septiembre 2019
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