1. Comenzaré el tema ofreciendo algunas definiciones del pecado. Todos, por supuesto, estamos familiarizados con los términos “pecado” y “pecadores”. Hablamos con frecuencia del “pecado” que hay en el mundo y de los hombres que cometen “pecados”. Pero, ¿qué queremos decir con estos términos y frases? ¿Lo sabemos realmente? Me temo que existe mucha confusión e incertidumbre en cuanto a ellos.
Trataré, lo más brevemente posible, dar una respuesta. “Pecado”, hablando en general es… “la imperfección y corrupción de la naturaleza de todo hombre que ha sido engendrado naturalmente de los descendientes de Adán; por lo cual el hombre dista de tener la justicia y rectitud original, y está, por su propia naturaleza, predispuesto al mal, de manera que la carne lucha siempre contra el espíritu; y, por lo tanto, cada persona nacida en el mundo merece la ira y condenación de Dios”. Pecado es esa enfermedad moral extensa que afecta a toda la raza humana de toda posición, clase, nombre, nación, pueblo y lengua, una enfermedad sin la cual solo uno nació de mujer. ¿Necesito decir que ese Uno es Cristo Jesús el Señor? Es más, afirmo que “un pecado”, hablando más particularmente, consiste en hacer, decir, pensar o imaginar cualquier cosa que no se conforma perfectamente a la mente y Ley de Dios. “Pecado”, en suma, como dicen las Escrituras, es “infracción de la ley” (1 Juan 3:4). El más leve desvío externo o interno del paralelismo matemático absoluto con la voluntad y el carácter revelado de Dios es un pecado, e inmediatamente nos hace culpables ante Dios. Por supuesto que no tengo que decirle a nadie que lea su Biblia con atención que uno puede quebrantar la Ley de Dios en su corazón y pensamiento sin que necesariamente haya un acto exterior y visible de maldad. Nuestro Señor lo hizo muy claro e inequívoco en el Sermón del Monte (Mat. 5:21-28) Tampoco tengo que decirle a un estudiante serio del Nuevo Testamento que existen pecados de omisión al igual que de comisión, y que pecamos, como nuestro Libro de Oración acertadamente nos recuerda, al “no hacer las cosas que deberíamos hacer”, tanto como “hacer las cosas que no deberíamos hacer". Creo que en estos tiempos es necesario recordar a mis lectores que uno puede cometer pecado y aun así ignorar que lo ha cometido, creyéndose inocente cuando es culpable. Nuestro Señor enseña expresamente que “el que sin conocer la voluntad de Señor no la hizo”, no fue excusado por su ignorancia sino que fue “azotado” o castigado (Luc. 12:48). Nos conviene recordar que cuando hacemos que nuestro lamentosamente imperfecto conocimiento y conciencia sea la medida con la cual medimos nuestra pecaminosidad, andamos en un terreno muy peligroso. 2. En cuanto al origen y la raíz de esta extensa enfermedad moral llamada “pecado”, me temo que los puntos de vista de muchos que profesan ser cristianos lamentablemente son defectuosos y carecen de fundamento en este sentido. No puedo pasar esto por alto. Entonces, sepamos y fijémoslo en nuestra mente que la pecaminosidad del hombre no comienza de afuera, sino de adentro. No es resultado de una mala formación en los primeros años. No se contagia de las malas compañías y los malos ejemplos, como les gusta decir a algunos cristianos débiles. ¡No! Es una enfermedad de familia, que todos heredamos de Adán y Eva, nuestros primeros padres, y con la cual nacemos. Creados “a la imagen de Dios”, inocentes y rectos al principio, nuestros padres cayeron de la rectitud y justicia original, y pasaron a ser pecadores y corruptos. Y desde ese día hasta ahora, todos los hombres y mujeres nacen caídos, a la imagen de Adán y Eva, y heredan un corazón y naturaleza con una predisposición al mal. “El pecado entró al mundo por un hombre”. “Lo que es nacido de la carne, carne es”. “Éramos por naturaleza hijos de ira”. “Los designios de la carne son enemistad contra Dios”. “Porque de dentro, del corazón... salen los malos pensamientos, los adulterios” y cosas similares (Rom. 5:12 ; Juan 3:6; Ef. 2:3; Rom. 8:7; Mar. 7:21). El más hermoso de los infantes nacido este año y que es el rayito de sol de la familia, no es un “angelito” o “chiquito inocente”, como su madre lo llama cariñosamente, sino un chiquito “pecador”. ¡Qué triste! Ese infante, sea niño o niña, sonriendo y gorgojeando en su cuna, ¡esta pequeña criatura tiene en su corazón las semillas de todo tipo de maldad! No tenemos más que observarlo con cuidado mientras va creciendo en estatura y su mente se va desarrollando a fin de detectar pronto su incesante tendencia a hacer lo malo, y un retroceso en hacer lo que es bueno. Veremos en él los brotes y gérmenes del engaño, mal humor, egoísmo, egocentrismo, terquedad, avaricia, envidia, celos, pasión, los cuales, si se aceptan y se dejan sin atender, crecerán con dolorosa rapidez. ¿Quién le enseñó al niño estas cosas? ¿Dónde las aprendió? ¡Solo la Biblia puede contestar estas preguntas!.. 3. En cuanto a la extensión de esta extensa enfermedad moral llamada “pecado”, cuidémonos de no equivocarnos. El único fundamento seguro es el que nos presenta las Escrituras. “Todo designio de los pensamientos de su corazón” es por naturaleza “malo” y eso “continuamente” (Gén. 6:5). “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). El pecado es una enfermedad que invade y se extiende por cada parte de nuestra fibra moral y cada facultad de nuestra mente. El entendimiento, los afectos, el poder de razonar y la voluntad están todos infectados de un modo u otro. Aun la conciencia está tan ciega que no se puede depender de ella como un guía seguro, y puede llevar a los hombres al mal haciéndolo parecer bien, a menos que sean iluminados por el Espíritu Santo. En suma “desde la planta del pie hasta la cabeza no hay… cosa sana” en nosotros (Isa. 1:6). La enfermedad puede disimularse bajo un velo fino de cortesía, buena educación, buenos modales y decoro exterior, pero duerme en las profundidades del ser… en lo espiritual está totalmente “muerto” y no tiene nada de conocimiento natural, ni amor, ni temor de Dios. Lo mejor del ser humano está entrelazado y entremezclado con corrupción de tal modo que el contraste no hace más que destacar más claramente la verdad y la amplitud de la Caída. Que una misma criatura sea en algunas cosas tan altruista y en otras tan interesada, tan grande en unas y tan poca cosa en otras, a veces tan noble y otras veces tan innoble; tan magnífico en su concepción y ejecución de cosas materiales y sin embargo tan bajo y vil en lo que concierne a sus afectos… todo es una gran enigma para los que desprecian la “Palabra escrita de Dios” y se burlan de nosotros considerándonos idólatras de la Biblia. Pero es un nudo que podemos desatar con la Biblia en nuestras manos… Además de esto, recordemos que cada parte del mundo testifica del hecho que el pecado es la enfermedad universal de toda la humanidad. Hagamos un sondeo en todo el mundo de este a oeste, de polo a polo; investiguemos cada nación de cada clima en todos los puntos cardinales de la tierra; investiguemos cada rango y clase en nuestro propio país, desde el más elevado al más inferior, y bajo toda circunstancia y condición, el resultado será siempre el mismo… En todas partes el corazón humano es por naturaleza “engañoso más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). Por mi parte, no conozco una prueba más fuerte de la inspiración de Génesis y el relato de Moisés del origen del hombre, que el poder, la extensión y la universalidad del pecado… 4. En cuanto a la culpabilidad, vileza y lo ofensivo del pecado ante los ojos de Dios, mis palabras serán pocas… No creo que, por la naturaleza de las cosas, el hombre pueda percibir para nada la pecaminosidad extrema del pecado ante los ojos de ese Ser santo y perfecto con quien tenemos que contender. Por un lado, Dios es aquel Ser eterno que “notó necedad en sus ángeles” y a cuyos ojos “ni aun los cielos son limpios”. Él es aquel que lee los pensamientos y las motivaciones al igual que las acciones, y requiere “la verdad en lo íntimo” (Job 4:18; 15:15; Sal. 51:6). Nosotros, por otra parte, pobres criaturas ciegas, hoy aquí y mañana no, nacidos en pecado, rodeados de pecadores, viviendo en un ambiente constante de debilidad, enfermedad e imperfección, no podemos formar más que los conceptos totalmente inadecuados de lo aborrecible que es la impiedad. No tenemos un perfil por medio del cual comprenderla ni una medida para calcularla… Pero de igual manera fijemos firmemente en nuestra mente que el pecado es lo “abominable” que Dios “aborrece”, que Dios es “muy limpio de ojos para ver el mal, ni puede ver el agravio”, que la transgresión aun más pequeña a la Ley de Dios nos “hace culpable de todas”, que “el alma que pecare, esa morirá”, que “la paga del pecado es muerte” que Dios “juzgará... los secretos de los hombres”, que hay un gusano que nunca muere y un fuego que nunca se apaga, que “los malos serán trasladados al Seol” e “irán éstos al castigo eterno”, y que “no entrará [en el cielo] ninguna cosa inmunda” (Jer. 44:4; Hab. 1:13; Stg. 2:10; Eze. 18:4; Rom. 6:23; 2:16; Mar. 9:44; Sal. 9:17; Mat. 25:46; ~ 11 ~ Apoc. 21:27). ¡Éstas son, ciertamente, palabras tremendas, cuando tenemos en cuenta que están escritas en el libro de un Dios sumamente misericordioso! Ninguna prueba de la plenitud del pecado es, al final de cuentas, tan abrumadora e irrebatible como la Cruz y la pasión de nuestro Señor Jesucristo, y toda la doctrina de su sustitución y expiación. Muy negra ha de ser esa culpa por la que nada que no sea la sangre del Hijo de Dios, puede ofrecer satisfacción. Pesado ha de ser el peso del pecado humano que hizo gemir a Jesús y sudar gotas de sangre en la agonía del Getsemaní y clamar en el gólgota: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:46). Estoy convencido de que nada nos asombrará tanto, al despertar en el Día de Resurrección, como la vista que tendremos del pecado y ver retrospectivamente nuestras propias faltas y defectos. Jamás hasta la hora cuando Cristo venga por segunda vez comprenderemos plenamente la “pecaminosidad del pecado”. 5. Queda solo un punto por considerar acerca del tema del pecado… lo engañoso que es. Es un punto de suma importancia, y me atrevo a decir que no recibe la atención que merece. Se ve lo engañoso que es en: 1) la predisposición increíble de los hombres de considerar al pecado menos pecaminoso y peligroso de lo que es a los ojos de Dios, y en lo pronto que pretenden atenuarlo, excusarlo y minimizar su culpabilidad. “¡Es insignificante! ¡Dios es misericordioso! Dios no es tan extremista como para tener en cuenta los errores que cometo! ¡Tenemos buenas intenciones! ¡Uno no puede ser tan puntilloso! ¿Qué tiene de malo? ¡Hacemos lo que hace todo el mundo!” ¿A quién no le resulta familiar este tipo de justificaciones? Las vemos en el montón de palabras y frases suaves que los hombres han acuñado a fin de darles una designación a las cosas que Dios llama totalmente impías y ruinosas para el alma. ¿Qué significan expresiones como “mujer fácil”, “divertido”, “loco”, “inestable”, “desconsiderado” y “tuvo un desliz”. Demuestra que los hombres tratan de engañarse de que el pecado no es tan pecaminoso como Dios dice que lo es, y que ellos no son tan malos como realmente son. Lo podemos ver en la tendencia aún de los creyentes que consienten a sus hijos aprobando sus conductas cuestionables, y que son ciegos al resultado inevitable de amar el dinero, jugar con la tentación y sancionar normas bajas para la religión familiar. Me temo que no percibimos suficientemente la sutileza extrema de la enfermedad de nuestra alma. Tendemos a olvidar que la tentación de pecar raramente se nos presenta en su verdadera forma, diciendo: “Soy tu enemigo mortal y quiero tu ruina eterna en el infierno”. ¡Ah no! Y ahora… Sentémonos ante el cuadro del pecado que nos muestra la Biblia y consideremos qué criaturas culpables, viles y corruptas somos todos a los ojos de Dios. ¡Cuánta necesidad tenemos todos de un cambio total de corazón llamado regeneración, nuevo nacimiento o conversión!... Les pido a mis lectores que observen lo profundamente agradecidos que deberíamos estar por el glorioso evangelio de la gracia de Dios. Existe un remedio para la necesidad del hombre, tan amplia y grande y profunda como la enfermedad de éste. No tenemos que tener miedo de mirar el pecado y estudiar su naturaleza, origen, poder, amplitud y vileza, siempre y cuando a la vez miremos el medicamento todopoderoso provisto para nosotros en la salvación que es en Jesucristo.
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